No sé quién de los tres tuvo la iniciativa de editar un boletín. Juan José Bringas (Ovejo), Víctor Cachay (Vieja) y yo cursábamos el VII ciclo de la carrera y tras un sesudo brainstorming, al primero se le ocurrió el nombre: ¿Y por qué no...!, mezcla de pregunta y admiración, como si a una postura crítica y cuestionadora se aunara una acción de cambio. Nuestro primer número consistió en una hoja doblada como tríptico, impreso con los colores azul y rojo de Pilsen Trujillo —auspiciador principal— donde copilamos media docena de artículos.
En septiembre pasado cumplí una década como catedrático —ríanse quienes me conocieron como estudiante relajado—. Una de las cosas que llamó mi atención fue que en todo este tiempo no haya visto circular un líbelo, pasquín, fanzín o boletín, redactado por los propios alumnos y distribuido de manera secreta, casi subversiva, por las aulas universitarias.
En 2005 conseguí que Dash, en complicidad con el chino Tony, Towerz, Valducho y la negra Ángela —grupo de discípulos con el que mejor me he llevado—, editara Oe, a propósito del primer ‘Comunicadores en su Salsa’, encuentro estudiantil organizado por la Facultad. Sólo se trató de una edición de textos temáticos —influencia de Etiqueta Negra—, de ahí no existió ninguna iniciativa similar, salvo el arrojo de unos alumnos de marcada filiación izquierdista, quienes en una casa de estudios que reprime expresiones ideológicas —sobre todo si enfrentan a los intereses de sus propietarios— repartieron de manera clandestina volantes en contra de George W. Bush cuando vino a Perú en 2008 (a semanas de culminar su mandato), en pro de los aborígenes masacrados en la Curva del Diablo o contra el proyecto Conga, ilustrada con una viñeta donde un campesino con ojotas patea a un empresario gringo.
Cuando era alumno de pregrado el panorama era distinto. En universidades emblemáticas como San Marcos o La Católica, contar con pasquines era casi una necesidad, una manifestación contestataria, una herramienta tan incisiva como tomar facultades, salir a las calles o quemar llantas. En mi universidad privada, alumnos de Derecho, Arquitectura y, por supuesto, Comunicaciones, lanzaban boletines y fanzines, sea la mayoría con fines de lucro —solventados con publicidad— o por mero objetivo de comunicar y meter un poco de joda en contra del sistema.
El primer ¿Y por qué no...! causó el revuelo esperado, debido a que se diferenciaba a los que proliferaban en ese entonces. Irresponsables o no, expresábamos libremente nuestros pensamientos, lo que nos agradaba o no de los profesores, la universidad o del país entero. Nuestra meta era remecer el gallinero y lo conseguimos, convirtiéndonos en los enfants terribles de la carrera.
No tengo idea desde cuando se editan este tipo de publicaciones en nuestros claustros de estudio. Supongo desde los estertores de la Colonia, esparciendo las ideas libertarias de la Revolución Francesa. O después de la Guerra con Chile dirigiéndose a una generación desencantada e influenciable por el anarquismo de González Prada y el arielismo de Rodó. Las ideas sindicalistas de Reynaga se difundieron en Trujillo a través de líbelos. Con la aparición del Apra y otros movimientos socialistas llegaría la profusión de los pasquines, llegando a su paroxismo entre las décadas de 1970 y 1990 con la comercialización de un invento estratégico: la fotocopiadora. El fanzín fue el gran aliado del movimiento subterráneo, la poesía de cloaca, de los cómics aficionados, de la cultura bizarra y de los extremistas que incitaban a la lucha armada.
Gracias a los auspicios de Coca-Cola y Cristal —en plena Guerra de las Cervezas, cuando Backus & Johnston todavía no tumbaba a la Cervecería Nacional e intentaba robar mercado en nuestra ciudad a Pilsen Trujillo—, el segundo número de ¿Y por qué no...! gozó de mayor tiraje y contenido: ocho páginas en dos hojas A4, dobladas en forma de díptico. El renombre del boletín siguió en aumento. Los elogios se repartían con las críticas de quienes se sentían aludidos. Nuestra creación El Simplón —personaje caricaturesco inspirado en nuestro compañero Arturo Antón Peña— se había hecho bastante popular en la fauna estudiantil, al punto que nos exigían más aventuras del interfecto. ¿Y por qué no...! influyó en la aparición de otros boletines similares en toda la Upao. Fuimos imitados, pero modestia aparte, desprovistos de nuestra ironía y mordacidad, nunca pudieron igualarnos.
Entre los motivos por los que ya no se imprimen tantos fanzines o boletines como antes es que la juventud —qué descubrimiento— lee menos, este tipo de mensajes funcionan más en medios virtuales que en el papel, las ideologías están moribundas, conformismo con el mundo que los rodea y la educación que reciben.
El tercer y último número de ¿Y por qué no...! tuvo, sin proponérselo, espíritu de kamikaze. Económicamente estaba en su máximo apogeo. Al apoyo de Coca-Cola y Cristal se sumaron otras marcas que nos permitieron aumentar el formato: dos pliegos A3 doblados por la mitad, sumándose a la empresa Carlos Celi (Ñaño) como caricaturista. Una tarde de sábado en que buen número de estudiantes se congregaron para una conferencia sobre Producción Radial, como comando organizado los cuatro socios nos encargamos de distribuir el boletín, consiguiendo que el interés por la ponencia pasara a segundo plano. Con ese mismo sigilo, el Ovejo, la Vieja y yo nos retiramos. Teníamos clase en el laboratorio de cómputo.
En una de las tantas tertulias con mis entrañables colegas Luis Eduardo García y Richard Licetti, comentamos la posibilidad de sacar a la luz un cuadernillo de ejercicios periodísticos y literarios, libres de corsés y clichés, textos anárquicos y corrosivos en una publicación de culto, enfocada a un público underground. “¿Cuál sería nuestra estrategia para mantenernos en el mercado?”, preguntó mi yo publicitario, eclipsando al literato. “No se mantendrá, desaparecerá de la misma forma cómo va a irrumpir, de manera seca, sin avisar, encontrándose quizá en su máximo apogeo. Ese es el destino de todos los medios malditos”. Tanto nihilismo hizo que nuestra propuesta jamás se concretara.
La noche cubría ya con su negro crespón cuando el Ñaño acudió en nuestra búsqueda, sonrojado y con los ojos llorosos. “¡Bajen! ¡Bajen, carajo! ¡Ya la cagamos!” Tan magro semblante presagiaba que en ese tercer número quizá se nos había ido la mano y afuera nos aguardaba una horda enardecida y con antorchas dispuestos a lincharnos. Cuando bajamos nos encontramos solamente con un profesor, Lucho Benavente, quien más nervioso que nosotros —incluso le temblaban las manos—, nos invitó a tomar asiento en una de las mesas de lo que se conocía como el C.H.E. (Centro de Hueveo Estudiantil). La conversación no duró más de treinta minutos, y el profe consumió cuatro o cinco cigarrillos, solicitándonos encarecidamente que no distribuyéramos más ejemplares del boletín. La razón, la crónica del XV Encuentro de Apfacom —Asociación Peruana de Facultades de Comunicación— organizada por la Universidad de Piura y en la que consigné que en plena ceremonia de clausura al presidente de Apfacom, es decir Lucho Benavente, se le chispoteó un ‘haiga’ (“se le salió el llonja”, se burlaría el asistente de prácticas, Gonzalo Tapia). Una persona que cuida al máximo su imagen estaba prácticamente deshecho por un desliz que, por supuesto, él asegura que nunca dijo, a pesar de mi palabra y de otros testigos auditivos. No fue el único afectado. Ana María Gayoso, profesora de publicidad, se desencajó públicamente, al punto que llegamos hasta su casa a disculparnos, pero ella, con lágrimas en los ojos, me dijo que jamás me iba a perdonar. Y todo porque reseñé que en un momento de la clausura, llaman al representante de la Upao y como nadie se pone de pie, ella camina a paso firme hacia el estrado, pero antes de llegar, aparece Lucho Amaya y ella se queda en un rochoso off-side. Dos ‘afrentas’ que vistas ahora con la perspectiva del tiempo me parecen ridículas e irrisorias. Dos personajes ‘impolutos’ que demostraron poca correa y serenidad. Creo que con los años, Benavente lo llegó a olvidar, me lo encontré un par de veces en Lima y siempre me saludó con cordialidad. Hoy es el director de la encuestadora de la Universidad de Lima. Ana María, en cambio, hasta me quitó el habla. Tras ocupar un buen puesto en la Upao, se marchó a los Estados Unidos, dejando en el Perú todos sus fantasmas.
El escándalo provocó que ¿Y por qué no...! dejara de aparecer. En 1995, el profesor Eduardo Quirós quiso reflotar la ‘marca’ como una publicación periódica auspiciada por la propia universidad, pero no prosperó. Años después, la Vieja Cachay, dedicado a las webs, nos propuso al Ovejo —hoy director del diario La Industria— y a mí crear una página con el mismo nombre, pero todo quedó en entusiasmo. Fue una publicación efímera, mejor dejarla así.
El escándalo provocó que ¿Y por qué no...! dejara de aparecer. En 1995, el profesor Eduardo Quirós quiso reflotar la ‘marca’ como una publicación periódica auspiciada por la propia universidad, pero no prosperó. Años después, la Vieja Cachay, dedicado a las webs, nos propuso al Ovejo —hoy director del diario La Industria— y a mí crear una página con el mismo nombre, pero todo quedó en entusiasmo. Fue una publicación efímera, mejor dejarla así.
Al año siguiente de los hechos arriba reseñados, asisto a un Encuentro Nor Oriental de estudiantes de Comunicación en el Hotel Garza, organizado por la Universidad Privada de Chiclayo. Angiolina, una guapa morena, alumna de VIII o IX ciclo de esa casa, me ofrece toda la colección de Apuntes, boletín estudiantil editado por su Facultad. Al decirle el nombre del boletín que yo editaba en Trujillo, a la chiquilla se le abren los ojos y llama a un tipo que funge de director del símil chiclayano. Visiblemente emocionado, estrecha mi mano y me confiesa que ¿Y por qué no...! había sido la inspiración y modelo de él y todo su equipo para editar Apuntes. Sus palabras, por supuesto, me hincharon de orgullo y abrieron paso para que más tarde, en la noche, en la fiesta de clausura, besara los labios de la bella Angiolina. Perfecto colofón para una gran aventura editorial.
3 comentarios:
¿Y por qué no? Desde las históricas luchas clasistas, el trabajo conjunto de obreros y universitarios ha dejado una huella entrañable en los corazones románticos y revolucionarios de lo que hoy es nuestro diezmado pero fuerte cuerpo de jóvenes despiertos. Cuando los estudiantes se levantaban por el Baguazo mirábamos con cariño y esperanza los procesos latinoamericanos. Lastimosamente Chávez se fosilizo, Evo traicionó, Lula se ultra moderó, Ollanta engañó, Piñera tomó el poder y así sucesivamente. Sin embargo, seguimos firmes a contracorriente por un mundo mejor. Tal vez siendo un acto de egoísmo, ya que lo hacemos por nuestro propio bienestar al ver un entorno mejor. Ver a jóvenes tan estúpidos embadurnados con ideales liberales como “profesionales de éxito” hacen creer que todo está perdido. Este sistema crea personas brutas, ciegas y manejables, las armas del enemigo son poderosas, las religiones, la tecnología, el consumismo mantienen a un gran rebaño desconcertado, una condena que no tiene prisa de desaparecer. La pregunta es, ¿Por qué no tener esperanza? La voz del estudiante es la voz joven que debe mover el país. Por eso se ha creado un proyecto llamado “Amapola” Una espacio para los que deseen elevar su voz. Con un contenido político, se utiliza el arte, los pinceles, los poemas, las fotografías como si fueran el fusil de las guerrillas armadas del “Che”. Una lucha en contra de la ignorancia, tratamos de promover la cultura y el libre pensamiento. La revista Amapola recibe con gusto este tipo de personas, es un proyecto naciente pero que ya da resultados. Joven estudiante, no tengas miedo, por la revolución cultural venceremos. (https://www.facebook.com/revistaamapola?ref=hl)
Estimados Miguel, Yago y Rosina:
Cómplices de ese viaje -ácido antes que alucinógeno- llamado AMAPOLA.
Acabo de leer con sumo interés su líbelo que por contenido no tiene nada que enviar a los que circulaban por las universidades en décadas pretéritas (antes de 1989, como señala la pluma punzante de Yago en un par de artículos).
Celebro pues que un grupo de estudiantes emulen el espíritu de Mayo de 1968 bajo el WE SHALL OVERCOME de Joan Baez, que tengan ganas de decirles un par de cosas al Sistema, de reivindicar peleas adormiladas, de ensalzar ideologías fosilizadas.
Si bien no estoy de acuerdo con algunas de sus posturas, les encomiendo a que sigan publicando más ediciones, quizá no estén arando en el desierto como muchos pesimistas opinen.
El artículo sobre la incompatibilidad entre Universidad y Empresa Privada es redondo, tanto por estilo como por lucidez de ideas. Creo que ese es la redacción que deben plasmar (ideologizada pero no al extremo de parecer panfletaria como en otras notas). El artículo de sobre la víctima mortal de EL VALOR DE LA VERDAD se ubica en segundo lugar (a Miguel le recomiendo cuidar su ortografía).
Espero con bastante expectativa la segunda edición.
Estimado Profesor Alfierro:
Para mí es un privilegio tenerlo entre los seguidores de esas peleas con el sistema, que parecen no estar tan dormidas y que es un imperante meterme de lleno en ellas porque, finalmente, me hacen feliz y vivo. Creo que los pesimistas tienen razón, vamos arando en el desierto, pero también es cierto que ese arar, poco a poco y lentamente, va dando sus frutos –espinudos y robustos, como deben de ser –. Basta ver a los nuevos rebeldes, los que ahora mueven Amapola y compararlos con nosotros, los que de manera inflamada mi estimado Miguel llama los “estudiantes que se levantaron por Bagua”. Por lo demás –discrepancias y errores –, creo que siempre existirán y es bueno que existan para irnos cuestionando y superándonos cada día. Sin embargo, ya sea a viva voz o de anónimo –yo fui uno de esos izquierdistas que en respuesta a las duras represiones en mi universidad, lanzábamos los volantes rebeldes mencionados en su texto –, ya sea en inglés o en español (VENCEREMOS), lo que nos estimula seguir adelante es la esperanza de dejar un mundo mejor de como lo recibimos. Abrazos. Yago.
Publicar un comentario