Alfi, Claudio y los pelícanos en el malecón de Paracas. |
NADA MÁS QUEDA He vuelto a la zona de
Pisco-Paracas casi treinta y dos años después y mi principal desilusión fue
comprobar que apenas quedan vestigios de la infraestructura histórica de Pisco.
Nada queda del malecón ni de la estatua que yo recordaba de Cristóbal Colón. El
único edificio que llamó mi atención es la sede del municipio, cuyo estilo
mudéjar y fachada celeste parece extraída de una localidad andaluza, pegada al
litoral. La Catedral que databa del siglo XIX, cuya cúpula se vino abajo
aplastando a varios feligreses, ha sido derribada. Ha corrido la misma suerte
la iglesia de San Clemente, la más antigua de Pisco, cuyas catacumbas cobijaban
las osamentas de sus vecinos notables en la Colonia. La actual Catedral es una
estructura moderna al costado del municipio, con apariencia de templo
evangélico antes que católico.
CASA-MENÚ La Plaza de Armas
conserva la estatua ecuestre de José de San Martín. Unos vecinos de edad,
despanzurrados en las bancas, bañándose con ese Sol que no provoca hacer nada,
nos recomendaron visitar la casa donde se cobijó el libertador, ubicada en un
paseo peatonal, a menos de media cuadra de la plaza, pero aparte del frontis —que
carece de atractivo— de ella no queda nada. Había sido una casa-museo cuyo
mayor atractivo era cobijar a la primera bandera del Perú. Ahora ese trapo bicentenario
se encuentra en Lima. Nos dijeron que aguardáramos, que a las nueve de la
mañana el otrora museo abre sus puertas y se ofrecen desayunos y suculentos
menús.
HUMILDES PROPUESTAS Un sitio de tanta
relevancia histórica ha sido castigado no por el terremoto, si no por el
descuido y el abandono. Pisco merece rescatar su pasado, devolverle su valor
por todo lo que representa para nuestra Independencia y la de América del Sur.
Se me ocurre, por ejemplo, que en vez del pabellón nacional, esta comuna tenga
licencia de hacer flamear réplicas de la bandera concebida por San Martín —la
de cuatro triángulos que confluyen en un fondo marino soleado enmarcado en
laurel— por todas partes, dejando en claro que allí se acuñó el primer
estandarte y se sembró la semilla de lo que meses más tarde llevaría a la
Emancipación. En honor a su nombre, propondría también que las principales
marcas de pisco instalen bodegas y cavas a lo largo de un paseo peatonal que
sirva como ruta del pisco en la propia ciudad que le legó su denominación. Ello
colaboraría en legitimar aún más el origen peruano de nuestro licor insignia
(dado que en el pueblo no asoma ni un miserable alambique pisquero).
LA ESCALA EMBUSTERA Un lugareño me
comentaba que el detrimento de Pisco se debía a que Alan García y su compañía
no brindaron la ayuda que se esperaba, apresurándose en oficializar que la
magnitud del sismo de 2007 había sido de 7.9 cuando en realidad —usando como
fuente una supuesta medición de la NASA— había sido de 8.1, con la finalidad de
no cumplir con la obligación de todo gobierno de solventar la reconstrucción total
cuando se padece un terremoto de ocho grados. Conociendo cómo son los apristas,
no me parece descabellado. Recuerdo al mofletudo presidente, saliendo en la
noche de los sucesos en cadena nacional, minimizando los efectos de la
catástrofe, a pesar que el remezón se había sentido hasta en Trujillo (en ese
momento era jurado de tesis en la UPN y la sala de conferencias se estremeció).
La ayuda y asistencia gubernamental no se dio con la premura necesaria y si
todavía piensan en votar por Alan en 2016, dense una vuelta por Chincha, Pisco
e Ica que todavía muestran huellas de la negligencia y poca solidaridad. Lo
único oportuno fue la iniciativa del Ministerio de la Producción de lanzar el
Pisco 7.9, una manera telúrica de sacar provecho internacional de una
catástrofe, pero los criticones y moralistas echaron por los suelos una
iniciativa que aparte de reafirmar el origen de nuestro destilado de uva, pudo
servir para recolectar fondos para la reconstrucción a nivel mundial.
SANTOS VAMPIROS La oportunidad era
propicia para visitar a Sarah Ellen, la tumba más popular del camposanto de
Pisco. Todos los sepulcros a su alrededor se vinieron abajo con el terremoto y
sólo el de ella permaneció intacto, con lo cual se acrecentó su leyenda
sobrenatural. Acusada de brujería y vampirismo, Sarah, natural de
Blackburn-Inglaterra, murió a manos del populacho en 1893. Su amoroso marido
vagó con su féretro por el orbe durante dos décadas hasta que recaló en un
pequeño puerto del sur, donde compró el descanso eterno de su mujer sin mayores
prolegómenos. Antes de morir, la supuesta vampiresa maldijo a sus captores,
asegurando que cien años después retornaría a la vida para cobrar venganza. La
cobertura mediática del hecho al cumplirse el plazo —medio Perú se pegó a la
tele una medianoche invernal de 1993— seguro le quitaron las ganas de revivir. Más
bien la figura maligna ahora se ha convertido en una santa popular. Las
diversas placas de que aparecen en su sepultura, dan fe que ha concedido
milagros a quienes se lo han pedido y según el conserje del cementerio, su
número de creyentes va en aumento y quién sabe, quizá algún día su culto sea
similar al de su tocaya huaracina enterrada en el Baquíjano, restándole
popularidad a la beatita de Humay.
CASAS BLANCAS Las únicas
construcciones modernas que vi en Pisco es el Hospital y un Plaza Vea, “ahorra
más, disfruta más”. En la caleta de San Andrés no se ven casitas vistosas. Sus
playas están plagadas de botes pesqueros de cara a un mar que según mi mamá
había que tener mucho cuidado para bañarse por la proliferación de rayas. Mi
mujer, mis hijos y mi familia política en pleno alquilamos un departamento frente
al mar en Nuevo Paracas, estos condominios de playa privada de paredes blancas —prohibido
otro color— rodeadas de césped y con piscinas, canchas de tenis, fútbol,
frontón y club-houses. Este concepto de calidad de vida —si quieres ser alguien,
ahora debes tener casa de playa— se ha extendido en los últimos veinte años en el
litoral de Lima, Cañete y creo que Nuevo Paracas es el complejo más meridional
(desconozco si existen en Arequipa y más allá). Curiosamente no se han
desarrollado este tipo de proyectos en el norte, a pesar de sus playas
reputadas. En Trujillo hubo un intento. El proyecto se llamó Las Terrazas de
Huanchaco, ubicado en el sector El Tablazo. Mi esposa y yo nos entusiasmamos
sin saber que las tierras pertenecían a la comunidad agrícola por lo que al
final los promotores se marcharon sin devolvernos nuestros 500 dólares de
adelanto. En Nuevo Paracas calculo que el ochenta por ciento de propietarios
deben ser limeños. Hay que ser muy fanático de la playa para soplarse 200
kilómetros de carretera cada fin de semana. Dividido entre cuatro, a mí me tocó
pagar 200 dólares por cuatro días en un departamento amoblado con todas las
comodidades. Tener a la familia disfrutando de la playa y el Sol —placeres que
no son de mi agrado— y a pesar de los monzones que azotan, ver la bahía de madrugada
iluminada por el plenilunio, resultó una experiencia invaluable.
LA BAHÍA Paracas ha crecido. El
terremoto generó que muchos pisqueños dejaran sus casas —o lo que quedó de
ellas— y se establecieran en esta bahía, plagada de hippies, artesanos,
restaurantes y hospedajes. El ancho de Paracas lo establece su malecón. En uno
de sus extremos se ubican las raspallideras que garantizan que sus productos
son los mejores del sur. Una zona tan rica en frutas como Ica podría respaldar
esta tesis, pero no, la raspadilla resultó ser una mazamorra insípida, lejos
del sabor de las raspadillas de la avenida España de mi tierra. El mayor
movimiento es generado por los paseos en lancha a las Islas Ballestas. Según Octavio
Campos, nuestro guía, Paracas es el segundo destino turístico del Perú, después
de Machu Picchu. Le da la razón la cantidad de personas que vi ese domingo en
la mañana, casi tantas como pelicanos que ociosos esperan ser alimentados por
los moradores. Aguardaba ver y fotografiar a las parihuanas que inspiraron a
San Martín, en su arribo al lugar en septiembre de 1820, en el diseño de
nuestra bandera. Octavio Campos me aclaró que esas aves no se ven en la bahía,
sino en la Reserva Natural de Paracas, ubicada más allá (donde estaba La
Catedral, formación rocosa que se cayó con el sismo). Me dijo de paso que el
famoso sueño del libertador, debajo de una palmera y la bandada de parihuanas,
no es un hecho fáctico sino una invención literaria salida de la pluma del
iqueño Abraham Valdelomar y que la historia oficial ha adoptado como verdad.
SE VA LA LANCHA El paseo de la bahía a
las Islas Ballestas, pasando por el puerto de San Martín, dura aproximadamente
una hora y media. Nos costó 35 soles por persona, más 10 soles por impuestos
(uso del muelle). La experiencia de surcar las aguas límpidas de tono esmeralda
vale por si sola esa tarifa. Cada lancha tiene capacidad para transportar unos
cuarenta turistas que no cesan de tomar fotos de manera compulsiva a todo lo
que tienen al frente. El mayor atractivo de las Ballestas son las manadas de
lobos de mar. El macho pesa unas tres toneladas y establece su harén con un
puñado de hembras que pesan un poco más de la mitad. Los machos que pierden en
pelea el derecho de tener hembras, se autoexilian a otro lado de la isla. El
otro atractivo son los pingüinos de Humboldt que parecen saludarte a su paso y
los guanay, piqueros y alcatraces, las aves guaneras que producen mierda de exportación.
EL CANDELABRO El plato fuerte de
Paracas es el petroglifo ubicado a la entrada de la bahía que recibe el nombre
de ‘candelabro’, aunque sería más propicio haberla llamado el ‘cactus’ o ‘la
cruz del sur’, si es que su diseño tuvo un fin astrológico. No se sabe quiénes
la hicieron, pero algo es seguro, no es obra de los antiguos Paracas o los
Nazca como intentan hacerte creer. La primera prueba es que tanto en la textilería
Paracas como en los ceramios Nazca no se replica por ninguna parte la figura
del candelabro, como sí sucede con las líneas de Nazca. Segunda, es que ninguna
de estas civilizaciones, a pesar de vivir de cara a la bahía, eran eximios
navegantes como lo fueron los Moche o los Chimú. El mar es tan rico en esta
zona que no hay que adentrarse para recolectar peces y mariscos. Prueba de ello
es el tremendo cebiche que disfruté en uno de sus restaurantes a precio
razonable, hecho con rocoto y acompañado solamente con camote, no con yuca como
acostumbramos en el norte. Tercera, es que no existe ninguna crónica o bitácora
de los navegantes de siglos pasados que mencionen este petroglifo. Lo más
probable entonces es que haya sido hecho posteriormente por hombres que salían
mar adentro y necesitaban de esta figura colosal para ubicarse. Quise notar los
daños que hace unos veinte años realizaron unos misioneros evangélicos, pero no
quedan rastros. Milagrosamente el viento y la arena del desierto han borrado
las huellas de su vandalismo. Es probable que el daño ocasionado por los
militantes de Greenpeace cerca a la figura del Colibrí en Nazca sean borradas
también.
2 comentarios:
Hola Alfierro, encontré tu blog de casualidad cuando buscaba historias de gaseosas de los 80 y 90, después de leer tu post a ese respecto decidí leer otras historias. te felicito, muy amena tu historia y forma de escribir....
Sobre pisco, aunque siempre fue una ciudad con potencial nunca llegó a cuajar, yo frecuenté la ciudad alla por 2006 y 2007 (antes del terremoto, por un amigo de la universidad al que habían traslado a trabajar allá), y la ciudad era sucia, parece que a los pisqueños les faltaba civismo.... volvi luego del terremoto y la cosa ya era desastroza....
Concuerdo contigo en la inacción del gobierno ante el terrmoto, pero te cuento algo, el estado les entrego a muchísimos pobladores un bono de 6000 soles para el inicio de la reconstrucción de sus hogares y muchos lo usaron para comprar enormes televisores y equipos de sonido (la hia. es cierta pues yo la vi de primera mano en 2008)..... bueno te felicito nuevamente y ojalá pisco algún día pueda recuperarse del todo...
Gracias por tus comentarios "incorrectos". Recuerdo que Trujillo bien entrada la década de 1980 todavía mostraba huellas del terremoto de 1970. Prendamos candelabros para que Pisco reciba el bicentenario del arribo de San Martín en septiembre de 2020 en buena forma.
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