Guste o no te guste, Asu Mare 2 es de esas producciones que todo comunicador social debe ver en su estreno. Fuera de la mera curiosidad o entretenimiento, sirve como termómetro de mercadeo sobre los gustos y preferencias del peruvian promedio. La fui a ver a la tercera semana de su lanzamiento. Ni loco me soplaba las colas inacabables que la han convertido en nuestro medio en el filme más visto en su avant premiere. Previamente les dejé una tarea de análisis a mis alumnos para medir su entusiasmo y me sorprendió que la acogida a esta secuela fuera bastante tibia, calificándola de ‘aburrida’, ‘absurda’ o “me reí más con la anterior”, aunque nadie se atrevió a criticar directamente a Carlos Alcántara quien igual se mantiene como el lorcho más querido de nuestros tiempos. Personalmente considero que la primera Asu Mare es un esperpento, pero a contracorriente de las apreciaciones juveniles, debo reconocer que la segunda parte me agradó más, quedándome claro que no estoy en sintonía con los gustos de las grandes mayorías, consumidores de Corazón Serrano, Al Fondo hay Sitio y El Trome. Me duele mucho ser peruano. Asu Mare 2 es mala, la Asu Mare original es pésima. En esta nueva versión hay al menos un intento de hacer una película, desarrollar una trama, trabajar el perfil de los personajes y dosificar la omnipresencia del protagonista. En la primera tenemos como esqueleto un show unipersonal —que tiene su gracia— al que se le han acoplado sketchs de dudoso gusto y risibilidad, empeorados por la locución en off de Alcántara. En la segunda, la participación de otros actores equilibra el argumento, siendo justamente Christian Meier —a quien algunos acusan de hacer el ridículo— una caricatura de villano que tiene los mejores momentos, como al final cuando se corre diciendo: “me parece astalculo tu película”. Si bien no he sondeado a los miembros de mi generación, intento escudriñar el por qué la segunda Asu Mare no ha enganchado con la muchachada. Sin ser un Rolando Arellano —responsable de medir el impacto de las escenas en la primera, asegurándose de ofrecer un ‘producto’ infalible en la taquilla—, me aventuro a esbozar algunos motivos.
SOPA NOVENTERA: Mientras la primera es una oda a los años 1980, década sacralizada y nostalgiada hasta el hartazgo, la segunda intenta hacer lo mismo con los años 1990, década que no brilla con el mismo fulgor y que carece de encanto comparada a su predecesora (qué se añorará de los primeros lustros del siglo XXI). Asu Mare 2 basa su humor en la reminiscencia noventera. Sus chistes y comentarios sólo son entendibles para quienes pasan los treinta, por lo que en varias partes los estudiantes bisoños quedaban en bolero. Como si cocinaran un ‘combinado’ de cebiche-huancaína-tallarines, los guionistas mezclaron diversos momentos de la década y los colocaron como si hubieran ocurrido al mismo tiempo: el estreno de Duro de Matar 3 (1995), el “¡qué comience la juerga!” de Julian Legaspi en Calígula (1993), sonando Childrens de EMF, Pump Up the Jam de Technotronic (1990), Fantástico de Panamericana TV (programa que comenzó en 1989 y no se prolongó más allá de 1991), las grabaciones de Nube Luz (1990-1996) en el Coliseo Amauta, Carreteras Mojadas de Meier (1996), Pataclaun (1997) y las apariciones fantasmales de Rocky Belmonte (a quien ya había borrado del chip de mi memoria), los Torbellino o las menciones de July Pinedo, Susan León o del ‘Coyote’ Rivera. Si para los nuevos espectadores esta información resulta críptica, en el extranjero no lo entiende nadie, por lo que se trata de un producto netamente de consumo doméstico.
MENOS PALOMILLA: Para la muchachada, Alcántara representa a la pendejada criolla, el canchero, el que tiene lleca, a quien jamás cogerían de lorna, casi-casi el Miguelito Barraza o el Adolfo Chuiman de mi generación. En esta secuela, el vovi de Mirones debe combinar el chiste-fácil con el drama, mostrándose como un joven arribista, avergonzado de su pobreza y choledad, arrochando a su propia tegen. Esta faceta, craneada para darle matices dramáticos a la trama, le baja varios puntos como me quedó demostrado en la respuesta de mis alumnos a la pregunta: “¿qué es lo que menos le gustó de la película”, manifestando la gran mayoría que Cachín negara a sus amigos. Ficcionado o no, el público puede perdonar que hayas sido fumón en la primera parte, pero que el buena gente sea acomplejado es una traición.
MENOS INSIGHTS: El éxito de las stand-up comedy o de las sitcoms giran en gran parte en la identificación de los espectadores con las situaciones representadas o recreadas, a eso lo llamamos insight en publicidad y la primera Asu Mare era una avalancha de insights con las que los peruanos de todos los niveles sociales podían identificarse. En la parte dos, se dosifica este recurso por lo que el acabado se vuelve menos entrañable para el peruano común y crece exponencialmente el lenguaje procaz y las incidencias no propias para menores de edad, pero en el Perú solamente Cachín puede convertir un producto soez en algo apto para todos.
MALA PUBLICIDAD: Particularmente no tengo nada contra el Product Placement, siempre y cuando su uso se justifique en la trama y no suene falso o forzado. El abuso de este recurso llega a un punto que molesta y empobrece una película, como cuando hablan de las bondades de Direct TV —que no existía en la década de 1990— tras una pichanga. A la gente de Tondero Films les falta mucho para insertar publicidad de una manera sutil e inteligente. También, a mi parecer, al señor Alcántara le faltó sutileza al desprenderse de Brahma —a la que ligó su imagen por varios años— para ponerse a chupar descaradamente cerveza Cristal, demostrando que no solamente es desleal con sus patas del barrio, también con la marca que por tanto tiempo le dio de beber.
MENOS PALOMILLA: Para la muchachada, Alcántara representa a la pendejada criolla, el canchero, el que tiene lleca, a quien jamás cogerían de lorna, casi-casi el Miguelito Barraza o el Adolfo Chuiman de mi generación. En esta secuela, el vovi de Mirones debe combinar el chiste-fácil con el drama, mostrándose como un joven arribista, avergonzado de su pobreza y choledad, arrochando a su propia tegen. Esta faceta, craneada para darle matices dramáticos a la trama, le baja varios puntos como me quedó demostrado en la respuesta de mis alumnos a la pregunta: “¿qué es lo que menos le gustó de la película”, manifestando la gran mayoría que Cachín negara a sus amigos. Ficcionado o no, el público puede perdonar que hayas sido fumón en la primera parte, pero que el buena gente sea acomplejado es una traición.
MENOS INSIGHTS: El éxito de las stand-up comedy o de las sitcoms giran en gran parte en la identificación de los espectadores con las situaciones representadas o recreadas, a eso lo llamamos insight en publicidad y la primera Asu Mare era una avalancha de insights con las que los peruanos de todos los niveles sociales podían identificarse. En la parte dos, se dosifica este recurso por lo que el acabado se vuelve menos entrañable para el peruano común y crece exponencialmente el lenguaje procaz y las incidencias no propias para menores de edad, pero en el Perú solamente Cachín puede convertir un producto soez en algo apto para todos.
MALA PUBLICIDAD: Particularmente no tengo nada contra el Product Placement, siempre y cuando su uso se justifique en la trama y no suene falso o forzado. El abuso de este recurso llega a un punto que molesta y empobrece una película, como cuando hablan de las bondades de Direct TV —que no existía en la década de 1990— tras una pichanga. A la gente de Tondero Films les falta mucho para insertar publicidad de una manera sutil e inteligente. También, a mi parecer, al señor Alcántara le faltó sutileza al desprenderse de Brahma —a la que ligó su imagen por varios años— para ponerse a chupar descaradamente cerveza Cristal, demostrando que no solamente es desleal con sus patas del barrio, también con la marca que por tanto tiempo le dio de beber.
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